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miércoles, 24 de julio de 2024
Tú que gustas de las citas, estas palabras son para ti.
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miércoles, 17 de julio de 2024
Hoy, hago un alto para expresar mi agradecimiento a algunos de mis maestros y maestras.
Hace un instante he terminado de leer Una educación de Tara Westover y desde ese momento no he podido parar de buscar en mi memoria a aquellos que guiaron mi deseo de una educación. No hay demasiados nombres, pero para iniciarse no hace falta demasiado. Con una sola persona intensa, es suficiente, aunque en mi vida hubo un buen puñado.
De mi paso por el cole aparece Don Arsenio y ese momento en el que descubrí que rompiendo algunas piedras había trilobites. Las ciencias naturales con él eran otra cosa que nunca más encontré. También estaba Don Manuel, que ya intuyó y alimentó mi escritura. Mi excelente trabajo de Luces de Bohemia y mi poema, imitación de Machado describiendo mi infancia, me hicieron eclosionar con tan solo 12 años. En el instituto, Teresa Quintanilla me hizo amar la literatura, a quiénes escribían, leían, hablaban o amaban las palabras y Antonio Burgos hizo el resto. Su admiración por mis poemas y cuentos me llevó a escribir sin parar y a ganar mis primeros premios literarios de temática adolescente. La pasión por la filosofía llegó de la mano de Enrique Ibarrondo. En sus clases de ética supe que la buena educación tenía el poder de hacernos fuertes y libres.
En la universidad, mi recuerdo va para Cirilo Flórez, sus pizarras llenas de palabras han inundado mi vida y mis pizarras. Silencioso, prudente y justo. Las palabras adecuadas en los momentos adecuados. Sus explicaciones intensas atravesaron todo esa parte de mi vida que ya estaba predispuesta para educar. Ya no pude hacer otra cosa.
El empujón final me lo dio Emilio Lledó, que en sus cursos de doctorado, hizo crecer mi alma y la obligación de ampliar mis conocimientos.
Gracias a mis padres que me compraron todos los libros que pudieron y a veces los que no y que todavía hoy me acompañan. Gracias a mi hermana por ser mayor que yo para que pudiera verla leer y me contagiara. Gracias a Don Arsenio y Don Manuel a los que debo mis primeras inquietudes. Gracias a Teresa, Antonio y Enrique, por no permitir que muriese tediosamente en sus clases. Gracias a Cirilo Flórez por enseñarme a los grandes filósofos y a los pequeños y hacerme saber, sin él ser consciente, cuál era mi sitio. Gracias E. Lledó, creo que Nietzsche no pudo llegar a mi de mejor manera que saliendo de tus labios, en esa pequeña aula, repleta de oídos absortos escuchándote. Tanto, en tan poco espacio.
Cuando he terminado de leer la historia de Tara Westover, he sabido lo importante que es encontrar a las personas adecuadas para abrir camino. A todas ellas: Gracias.