viernes, 16 de mayo de 2025

Mi homenaje a Enrique Ibarrondo


Esto de la filosofía forma parte de la herencia colectiva. Unos y otros, unas y otras, vamos transmitiendo a modo de reacción en cadena esta pasión por el libre pensamiento y la libertad de pensar.

Hoy, casi un año después, acabo de enterarme que aquél que sembró en mi el germen de tener una paja mental permanente en mi cabeza, murió.

Mi maestro de ceremonias, mi iniciador en el arte de la filosofía, el culpable de que yo hoy sea filósofa fue Enrique Ibarrondo. He sentido cierta nostalgia de mis comienzos en los debates que llevábamos a cabo en sus clases, nostalgia de esas reflexiones que provocaba en mi y con las que tuve que convivir en mi paso por el instituto. Enseguida supe que estaba hecha para ser filósofa y que la filosofía estaba hecha para mi. 

He recordado que no me despedí de él, pero si que años después cuando el formaba parte de mi tribunal de oposición le dije lo mucho que había significado que el fuese el primero. Después hubo otros, pero yo ya estaba conectada a la filosofía y fue fácil que mantuvieran mi atención. 

He recordado su seriedad y su ironía, creo que llevo algo de eso conmigo desde entonces. He recordado que en un trabajo de reflexión taché una parte para que no lo leyera y lo leyó y riñéndome me dijo que era extraordinario y que no debería de haberlo tachado. He recordado sus debates de ética en círculo, con ese permiso absoluto para decir lo que saliera de nuestras cabezas. 

Hoy, gracias a él y otros pocos que se cruzaron en mi camino y me han mantenido despierta, soy yo la que invito a la reflexión y provoco a mi alumnado. 

Van por ti estas breves palabras. Creo que de haberme enterado habría ido a despedirte, no lo sé, porque no soy de despedidas. Creo que después de muerto ya nada importa, porque no estás. Creo que posiblemente ahora que ya sé que no existes dejaré de pensarte.

Siempre que me preguntan porqué soy filósofa, hablo de ti.



 

 


lunes, 14 de abril de 2025

Soñar

No soy muy aficionada a indagar en la interpretación de los sueños que me acompañan en los breves momentos en los que duermo, pero a veces he de reconocer que me crea confusión cuando analizo alguno de ellos.

Puede que Freud tuviese algo de razón en cuanto a la relación entre los sueños y aquellos actos que reprimimos. Eros y Tánatos me persiguen a modo freudiano y me convierten en una delincuente perversa o en una pervertida delincuente. El último sueño que rememoro, me ha encerrado en un ascensor que no es ascensor sino un picadero-biblioteca en el que he follado y robado libros a partes iguales. He llevado a cabo prácticas sexuales no habituales en mi, conversaciones íntimas poco comunes y he robado aquellos libros, muchos descatalogados, que nunca he podido tener en mis manos. Si mi sueño es una conducta reprimida, debería rectificar y decir que son libros que todavía no he podido tener entre mis manos, hasta que los robe en algún momento de mi vida. 

Un ascensor que, en mi libre interpretación, se me asemeja a ese cerebro que he cerrado herméticamente para moverme con cierta libertad. Ese cerebro en el que no permito que nadie entre, ni aunque llamen insistentemente, como en mi sueño. No he escuchado los golpes que pegaban en la puerta pidiendo que lo soltase porque alguien necesitaba subirse en él. Era mi ascensor, mi espacio, mi polvo clandestino y mis libros imposibles de conseguir. 

Cuando finalmente se ha abierto la puerta y había una señora pesada gritando para usar el ascensor, mi imaginario animal sexual y yo nos hemos reído y cargando con el onírico botín hemos echado a correr saliendo de mi mente.