Esto de la filosofía forma parte de la herencia colectiva. Unos y otros, unas y otras, vamos transmitiendo a modo de reacción en cadena esta pasión por el libre pensamiento y la libertad de pensar.
Hoy, casi un año después, acabo de enterarme que aquél que sembró en mi el germen de tener una paja mental permanente en mi cabeza, murió.
Mi maestro de ceremonias, mi iniciador en el arte de la filosofía, el culpable de que yo hoy sea filósofa fue Enrique Ibarrondo. He sentido cierta nostalgia de mis comienzos en los debates que llevábamos a cabo en sus clases, nostalgia de esas reflexiones que provocaba en mi y con las que tuve que convivir en mi paso por el instituto. Enseguida supe que estaba hecha para ser filósofa y que la filosofía estaba hecha para mi.
He recordado que no me despedí de él, pero si que años después cuando el formaba parte de mi tribunal de oposición le dije lo mucho que había significado que el fuese el primero. Después hubo otros, pero yo ya estaba conectada a la filosofía y fue fácil que mantuvieran mi atención.
He recordado su seriedad y su ironía, creo que llevo algo de eso conmigo desde entonces. He recordado que en un trabajo de reflexión taché una parte para que no lo leyera y lo leyó y riñéndome me dijo que era extraordinario y que no debería de haberlo tachado. He recordado sus debates de ética en círculo, con ese permiso absoluto para decir lo que saliera de nuestras cabezas.
Hoy, gracias a él y otros pocos que se cruzaron en mi camino y me han mantenido despierta, soy yo la que invito a la reflexión y provoco a mi alumnado.
Van por ti estas breves palabras. Creo que de haberme enterado habría ido a despedirte, no lo sé, porque no soy de despedidas. Creo que después de muerto ya nada importa, porque no estás. Creo que posiblemente ahora que ya sé que no existes dejaré de pensarte.