Puede que Freud tuviese algo de razón en cuanto a la relación entre los sueños y aquellos actos que reprimimos. Eros y Tánatos me persiguen a modo freudiano y me convierten en una delincuente perversa o en una pervertida delincuente. El último sueño que rememoro, me ha encerrado en un ascensor que no es ascensor sino un picadero-biblioteca en el que he follado y robado libros a partes iguales. He llevado a cabo prácticas sexuales no habituales en mi, conversaciones íntimas poco comunes y he robado aquellos libros, muchos descatalogados, que nunca he podido tener en mis manos. Si mi sueño es una conducta reprimida, debería rectificar y decir que son libros que todavía no he podido tener entre mis manos, hasta que los robe en algún momento de mi vida.
Un ascensor que, en mi libre interpretación, se me asemeja a ese cerebro que he cerrado herméticamente para moverme con cierta libertad. Ese cerebro en el que no permito que nadie entre, ni aunque llamen insistentemente, como en mi sueño. No he escuchado los golpes que pegaban en la puerta pidiendo que lo soltase porque alguien necesitaba subirse en él. Era mi ascensor, mi espacio, mi polvo clandestino y mis libros imposibles de conseguir.
Cuando finalmente se ha abierto la puerta y había una señora pesada gritando para usar el ascensor, mi imaginario animal sexual y yo nos hemos reído y cargando con el onírico botín hemos echado a correr saliendo de mi mente.