viernes, 31 de octubre de 2025

Soy lo que queda de ellos.


Ahora que el aire viene cargado de muertos, si es que alguna vez se fue ese olor, me toca devolver a mi memoria a los que ya no pueden estar conmigo. Aunque yo sigo estando con ellos.
El alma que un día les dio aliento, se ha retirado a la Isla de los Bienaventurados y allí pasea en su carruaje celestial.
Mientras, yo me he quedado aquí susurrando sus nombres y mirando de reojo las fotos cuando paso por su lado. No quiero que vean que aún sigo llorando porque ya no están.
Se que existieron porque sus manías, sus consejos y sus rutinas se me han quedado grabadas y se reproducen en mi constantemente. La epigenética tiene esas cosas.
A veces soy mi madre en esa constancia impertinente de hacer bien las tareas que entonces me molestaba. A veces soy mi padre, repetitiva, con chispa y cantarina de esas viejas canciones de bodas y bautizos como María la portuguesa.
A veces lloro como ella, sufro como ella, hablo como madre a mi hija, rememorando la hija que también un día fui. Cocino como ella, tiendo la ropa que he lavado estirando cada arruga como infinitas veces la vi hacerlo ante mi. Arrastro los pies como él y me tropiezo torpemente, mi tortilla de patatas es la suya, incluso ese halo existencialista que me envuelve a veces sospeché que lo heredé de él. Mis bordados y mi inteligencia para coser es suya, cojo y suelto la tijera como ella, tengo su artrosis compartida en los mismos nudillos de mis dedos. Conduzco como él, con esa visión de guardia civil que me repitió hasta saciarme y hasta calarme y por lo que seré eternamente prudente.
Hoy han venido a sentarse y a mirarme, como hacían muchas veces, mientras escribo para ellos. Me regalaron la palabra, la escritura, la escucha permanente. 
Mi madre leía todo lo que yo escribía y mi padre lo escuchaba.
Ahora, mientras escribo, suspiro y estoy un poco más acompañada,

domingo, 19 de octubre de 2025

19 de octubre 2025. Lo he apuntado todo.

Quiero que sepáis que he tomado nota de todo en mi libreta:

De los secretos que guardan las expresiones de vuestros rostros y las marcas escondidas en las manos que en ciertos momentos de vuestras vidas dejaron de existir y de abrazar todo lo que ahora es abrazable.

De los debates que han tenido lugar ante mi escucha profunda y de los que he registrado todas las palabras, cuidando mi ortografía, para no prescindir de nada.

De la expectación en la llegada, el respeto por el espacio personal y cómo se ha ido acortando en pocas horas.

Del silencio y la timidez que protegían lo que poco a poco fue saliendo con precaución, por si acaso.

De palabras que no entendía y de las que sí, de lo que habéis tenido, perdido y vuelto a encontrar para no habitar solos en este inhabitable universo que compartimos.

Del dolor que todavía os acompaña y del que lleváis escondido en los bolsillos. De ese que espero que termine desapareciendo, aunque soy filósofa y sé que  nunca desaparece, pero sé que deja de doler.

De las soledades, las distancias. De lo que al fin está cerca y estáis cuidando con esmero.

De vuestros talentos.

De la felicidad y las expectativas, de lo que se está creando y lo que parece que quiere venir sin más.

De mi ignorancia que se ha estado alimentando sin piedad de vuestros conocimientos.

De mi desconocimiento que se ha asomado a vuestras almas de puntillas para que no os lo llevarais todo.

En mi libreta están los mismos nombres que escribí sin saber quiénes eráis. Al lado de esos nombres ahora hay historias que contar. Agradecida de estar cerca.

Ellos y ellas saben quienes son.