Hoy, al recorrer uno de los pasillos del instituto en el que trabajo, vi a una de mis alumnas llorando.
No me paré, solo la miré mientras pasaba a su lado. Entrecortadamente, el único consuelo que escuché de boca de un profesor fue: solo es un suspenso en un examen, no tienes que ponerte así por un suspenso.
Mientras, ella, ni entendía las palabras debido a su bloqueo emocional, ni podía respirar debido a que la estaban robando el oxígeno necesario para hacerlo.
Cuando ella ha derramado lágrimas incontroladas en el espacio que nació para aprender, muchas cosas van mal.
Cuando nuestro alumnado llora, entra en estado de ansiedad, está triste, insatisfecho, siente que pierde el tiempo, que no es su sitio, que las notas siempre están ahí señalándoles, que no encuentra sentido a todos esos conocimientos con los que bombardeamos hora tras hora las pizarras de todo el centro, de todas las aulas, cuando no saben qué hacer con su vida a pesar de pasar seis horas al día encadenados a sus pupitres, cuando dejan de respirar y no se escuchan sus silencios, cuando se van a escondidas al baño a lavarse la cara porque no pueden más o lloran en un pasillo porque ya da lo mismo donde llorar... todo va mal.
Se transforman en esos personajes dramáticos, llorones y tristones que han perdido el juicio, alienados por la saturación académica, evaluaciones, exámenes, más evaluaciones...
Es cierto, no hay que ponerse así por un suspenso. El suspenso no es el problema, el problema es que estaba llorando en un pasillo, de un centro educativo,
enajenada y habría que preguntarse por qué la hemos hecho llorar.
enajenada y habría que preguntarse por qué la hemos hecho llorar.
Aprender es un regalo, adquirir conocimientos es hermoso. Tonucci, al que admiro, me enseñó que cuando un chico/a pierde la alegría de ir al colegio, se la hemos robado los que allí habitamos.
Ahora soy yo la que tiene ganas de llorar.

