Tunear mascarillas se ha convertido en una afición en esta anormalidad forzada en la que estamos inmersos.
Flores, calaveras, un loquillo y hoy un trébol de cuatro hojas. Todas ellas me están ayudando a narrar, sin yo haberlo pensado, el tiempo que estoy viviendo.
Me he preguntado el motivo de mis dibujos, pero no encuentro nada. Solo cojo la mascarilla nueva y dibujo el instante de coger la mascarilla.
Es tiempo de esconder, obligatoriamente, nuestras expresiones faciales, nuestras sonrisas, nuestros gestos inapropiados y generosos. Quizá descubramos que una mirada vale un potosí y que la cara es el espejo del alma y nos demos por fin contra ese espejo revelador. O nos rompamos la cara...
Ahora nos miramos y nos descubrimos en otros mirándonos más y mejor que nunca. La pupila nos acerca, rompiendo esa distancia programada, decretada y multada, que respeta nuestro espacio vital. Ahora que nadie invade mi zona de confort, busco ser invadida por algún bárbaro atrevido que se acerque a hablarme más cerca o a tocarme un brazo, las manos, el cuerpo. Y hay una caricia perdida en el aire que respiramos con las bocas y fosas nasales cimentadas. Habrá que derrumbar la distancia de alguna forma....
De verdad, ¿nos miramos?
Me concedes esta mirada...
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