viernes, 18 de septiembre de 2020
Cuidar de los otros
Espectadora activa.
La vida en los hospitales transita sin descanso por pasillos que parecen más largos que los metros reales que ocupan. Personas de colores vacían cuñas, extraen sangre, reparten calmantes, goteros, comidas, limpian incansables baños y habitaciones. Colocan, a modo de magos expertos, las sábanas limpias levitando al enfermo que cae de nuevo en su cama renovada. Caminan deprisa y supongo que a veces cansados. Escuchan todo tipo de quejas, peticiones, exigencias e historias. La mayoría sonríe, porque no hay nada más reconfortante que hacer, ni más inútil.
Observo y todo es efímero. Van pasando los días en un tiempo que se hace rápido y pausado. Amanece, llueve, pasan las nubes por delante y por detrás, cae la larga y agotadora noche que parece no querer dejar volver al amanecer. Todo el mundo habla de cualquier cosa. Pocos guardamos el silencio que corresponde a un lugar de culto al recogimiento y al dolor. Sonoras puertas y paredes, visitas de paso que dejan un rastro de chismes y conclusiones. Teléfonos que pitan, que vibran, que gritan agotadoramente y que nos despiertan con violencia del letargo hospitalario.
Cuidan de los otros, sin más. Llevan sus nombres escritos, pero no se presentan, ni se nombran. Pasan sin llamar, hacen su tarea y salen. Cambian los turnos, pero parecen todos iguales. Cuando entran por la puerta ya saben como se llama cada enfermo.
Comprendiendo que son anónimos he entendido lo que hacen: cuidar de otros. Porque alguien tiene que hacerlo.
Al fondo del pasillo, para más inri, además habita el Covid.
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