martes, 1 de junio de 2021

Paseo en autobús

Epistocracia, libertad, democracia, vigilancia, disciplina... en estos conceptos, que de repente se me aparecen como desconocidos, ando jodida rebuscando. 
Esta tarde he cogido el autobús y la jaula de grillos que llevo en mi cabeza se ha venido conmigo. He mirado por la ventana en los tres cuartos de hora que ha durado el trayecto y no he sentido nada. Me pesaban las piernas. Gente diferente subía y bajaba, esperaban, protestaban y preguntaban. Niños gritones, chupetes en el suelo rechupeteados sin escrúpulos y sin miedos. Pitidos de puertas y billetes, baches, obras, semáforos a destiempo como la vida. Barrios de periferia inmutables y de eternos azulejos desconchados e inmortales. Señores en los bancos con los sentidos alerta por si de repente pueden sentir el paso de algo. 
Parece que nadie está esperando que pase nada, tampoco yo. Bajan en su parada y miran atrás para escuchar el murmullo de los que todavía permanecen, como yo, tras la ventana del autobús. 
Piloto automático puesto desde que salí de casa. El bonobús me va a permitir llegar a mi destino. Me siguen pesando las piernas y la vida. El aire es denso y me sorprendo respirando un hedor a agua sucia y a sudor que no me molesta. Una señora mayor se sienta delante y suspira, probablemente le pesen las piernas también.
Al fondo siempre hay chavales sentados con sus cascos y música, despejados y despegados del mundo que transcurre tras las ventanas.
Un conductor en piloto automático también, porque, para qué pensar. Gira el volante, mete las marchas, abre las puertas y brinda la prometedora experiencia de viajar. Siempre que viajas, aunque sea un trayecto corto, pasan cosas. 
Las 19,35 horas y me bajo con desgana, me gustaría saber si volveré a ver a esas personas otra vez y qué será de sus vidas cuando bajen del autobús. Me gustaría saber si les importa qué será de la mía. 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario