Momento ¿podemos cambiar? |
A veces, solo me siento y respiro. Después del trabajo bien hecho, me gusta tomar aliento, saborear el espacio educativo que habito y decirme: hay que seguir adelante, querida filósofa.
Me gustaría poder afirmar que todo aquel que se dedica a la educación, hace algo parecido. Pero, honestamente, no puedo hacerlo.
Inicié el curso pasado un hermoso proyecto, invitada por mi curiosa compañera y ya amiga, Cris. Alumnos/as de Formación profesional Básica, a los que la Filosofía Aplicada, les está ayudando a crecer un poco más. Me he dado cuenta de que también les está ayudando a creer en que, aunque el sistema les ha expulsado, hay cosas que se pueden hacer bien.
Quiero aprovechar la oportunidad que me brinda mi propio blog y mi pasión por la palabra, para que este proyecto no caiga en el vacío. Cada semana y durante una hora de clase, me reúno con ellos/as. Les espero con la pizarra llena de buena filosofía práctica, mucha de ella basada en los estoicos - que eran muy listos-, frases célebres, provocadoras, emocionantes. Solo entiendo la filosofía como un camino que te eriza la piel, porque habla de las cosas de la vida, las no planeadas, las que se te escapan si no prestas atención. Nos sentamos en círculo, tal y cómo pueden ver y hacemos algo inusual: pensamiento crítico.
Les he llamado borregos, prisioneros de la caverna de Platón, he cuestionado su comportamiento, escuchado su malestar y perdonado su ignorancia, entre otras cosas. A pesar de eso siguen viniendo y lo hacen porque quieren.
En la antigua Grecia, mis maestros paseaban por las plazas o los patios y aquel que quería se acercaba a escuchar, cuestionar y aprender.
Es un honor para mi, que vengan al espacio de reflexión que he creado para ellos/as. Vienen con los ojos abiertos. Bendita Filosofía y bendita la madre que me parió.
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