Camino
despacio como perseguida por una suave cadencia musical que nunca me
alcanza. Camino engañada, pensando que lo observo todo al mínimo
detalle, pero lo cierto es que mis sentidos duermen cuando camino y
solo puedo caminar en un acto mecánico y fluido donde lo único que
siento son palabras en mi cabeza, rompecabezas metafísicos que
intentan modificar el pulso permanente que tengo con la historia, con
la sociedad, con el mundo, con mi propio yo.
Y como
no soy inmortal, no voy a tener tiempo de cambiarlo todo. No obstante
voy almacenando imágenes, creaciones, esquemas globalizadores que
podrían ser desplegados en cualquier momento crítico.
Tengo
un pinchazo en el pecho que me recuerda cada cierto tiempo que tengo
que seguir caminando para descargar tensiones y ansiedad. Ansiedad,
que palabra tan poco descriptiva, no se identifica con lo que uno
siente cuando califican sus síntomas de ansiedad. Siempre he pensado
en desazón, tristeza que te desinfla hasta no sentirte, hasta dejar
de ser...
Los
otros aplauden, mi monólogo sobre la inconsistencia de la existencia
les ha mantenido expectantes, esposados a la butaca, pegados a sus
cerebros para empatizar totalmente conmigo. El nihilismo siempre crea
cicatrices y miedo.
Se
miran unos a otros y se reconocen en mis palabras, palabras que
olvidarán cuando dejen de mirarse. Apenas un suspiro, una
conversación superficial y la felicidad ficticia en la que viven,
regresa.
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