Ángel Alonso Salas |
La casualidad, las sorpresas que da la vida y todo lo que me sigue regalando la filosofía, hizo que conociese a Ángel.
Me invitaron a formar parte de un grupo de investigación de filosofía experiencial. Primero pensé, a modo de Groucho Marx, que nunca pertenecería a un club que admitiera como miembro a alguien como yo. Después, simplemente me quedé y he de decir que ha sido una de las acertadas decisiones de mi vida.
Ayer de repente, él empezó a murmurar en nuestros oídos y entendí el éxtasis que pudo llegar a experimentar Sócrates con esos murmullos, con esa voz interior o daimon que sabiamente le aconsejaba. Y yo me encontré escuchando esos murmullos que él nos lanzaba desde México y se quedaban sus palabras y mi mente rumiaba y murmuraba a la vez. Y me cautivó. Sé que el escucha la soledad de desfavorecidos, de privados de libertad, de seres de carne y hueso marginados que otros están dispuestos a desechar, sé que habla de nosotros porque conoce con claridad la labor del filósofo. Y me di cuenta del valor de susurrar la filosofía, de hablar bajito de las grandes cosas, de escuchar a media voz al otro. Apenas recuerdo esta mañana todo lo que dijo, pero sigo en mi murmullo descansando del ruido.
Va mi agradecimiento a su presencia, a sus enseñanzas, a la generosidad que supone conocer sus pensamientos, al sonido de su voz que siempre aquieta mi alma cansada.
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