Desde el cristal del mueble del salón, donde Eva puso un día esta foto, nos miras.
Un sábado de peluquería y café en una terraza, era parte de esos momentos felices que nos gustaba compartir. Esta foto es el instante en el que te quise inmortalizar. Con un ¿no me decís nada? nos invitabas a adular un sábado más, lo bien que te habían peinado.
Hace un momento estaba cocinando, algo se derramó y dije: ¡ay madre!. Fui consciente, casi por primera vez, de esta exclamación al uso que tanto me reconforta y me eché a llorar.
Pasan los meses y no vas a volver. Y me pasan cosas y no te las puedo contar. Hay una parte de mi alma que sigue caminando sola desde que te has ido. Solo escribirte me permite ir aceptando tu ausencia, mi incansable lectora, mi admiradora incondicional. Mi acompañante en la cocina, en el paseo, en las rebajas, en el camino que empecé en tu vientre y que termina en tu mirada.
Te quise inmortalizar mamá, sin darme cuenta de que era imposible. Sin darme cuenta de que no era importante. Sin darme cuenta...
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