Alburquerque |
Aproximadamente 40 kilómetros me separan del lugar al que cada mañana voy a enseñar lo mejor que se a mis alumnos/as. Alburquerque es el lugar donde se alza un hermoso castillo entre niebla y un espacio que se ha convertido en mi casa.
Desde hace seis años que llegué, no he querido marcharme, no es fácil encontrar el lugar donde una quiere permanecer voluntariamente.
Reconozco que cada mañana cuando empiezo a bajar por el valle me estremece el espectáculo que me puedo encontrar: a veces sol, a veces lluvia, muchas veces la magia de la niebla (como esta mañana), me regala lo que no alcanzo a describir con mis palabras.
Trabajo aquí, o más bien disfruto aquí de algo que algunos llaman trabajo. Paseo a veces con mis alumnos por algunas calles. Desayuno a veces en la estación, donde Juani y Juli siempre tienen algo que contarme o gritarme o reñirme.. ¿verdad Juli?. Desayuno a veces en la cafetería del instituto con el tema del día, debatiendo con Mariángeles. Cumpleaños en la sala de profesores, con degustación variada. Trajín con el inagotable Jose María Izquierdo, siempre construyendo juntos. Me gusta comer en la Angarilla o en el Asador con mi querida amiga Judit. Hablo con la gente, ya casi pertenezco a este pueblo. Un delicioso te en la plaza, en el Portugués. Cerveza en la ermita o el Bola. Y a veces también he bailado en Tropic, punto de encuentro necesario para sentir el latir de mis chicos fuera del escenario obligado del instituto.
Y me encuentro a antiguos alumnos y a padres, abuelos... que me han visto por la TDA y me saludan aunque yo no los conozca.
Alburquerque me ha cortejado desde que llegué aquí como un amante en celo. Yo que andaba cansada de tanto turismo rural, he decidido quedarme entre sus brazos. Gracias.
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