Laura, Elena, Eva, Nuria, Manolo y Nico |
Cada año, recibo con los brazos abiertos y la mente en modo tabula rasa, a los jóvenes filósofos que eligen como optativa la filosofía de 4º de la ESO. Y como vamos siendo una especie en vías de extinción, gusto mimarlos y sobretodo gusto llamarlos mis filósofos.
Hechas las presentaciones, querrán ustedes saber de qué misteriosos temas hablamos, con qué maravillas les hago levitar de sus asientos, qué poderes mágicos empleo para que año tras año un estupendo grupo de adolescentes se acerquen con cierta curiosidad a mis clases de filosofía y lo que es más inquietante aún: decidan quedarse nueve meses de sus vidas acompañándome.
Como dosis inicial y que encierra una gran incógnita y motivación, les regalo una libreta en blanco y les pido que vayan construyendo a lo largo de nuestros encuentros su propio libro y su propia filosofía.
Han llegado con demasiada carga, demasiados prejuicios sin analizar, demasiadas palabras aprendidas y no saboreadas, demasiadas teorías, curiosidades, mala distribución de sus conocimientos, de sus horarios, de su ocio, de sus vidas. Maltrechos se asoman a mi vida de puntillas y me gusta ir dándoles pequeños pescozones para que despierten del letargo y miren a la vida de frente, con los ojos bien abiertos para no perderse nada.
Por delante de ellos paseo acompañada de todo un séquito ilustre: Platón. Epicteto, Sartre, Camus, Schopenhauer, Marco Aurelio, Nietzsche, Cioran... Desmenuzamos la vida que están viviendo con el prisma de sus palabras.
Y es tan sencillo. Solo hablamos de nuestras cosas, las cercanas, las ausentes, el amor, un corazón roto, la muerte, las drogas, los amigos, la tristeza, la felicidad, el sexo, el egoísmo, la honestidad...
Y hablamos y pasa el tiempo y seguimos hablando. Y escriben mucho y piensan y hablan. Y me acompañan en esta aventura que se nos antoja unos días dramática, otros trágica otros divertida, feliz....
Son mis filósofos, amantes de la sabiduría en estado puro.
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