Platón decía que sólo el filósofo debe gobernar, porque es el más rico en sabiduría y virtud y no anhela otras riquezas.
Hoy en el cuarto mes de la muerte y ausencia obligada de mi madre, he ido a misa por ella. El sermón hablaba de como Jesucristo le dijo a un hombre rico que abandonase sus riquezas, confiara en él y le siguiera. Yo acto seguido he pensado que seguro que no era filósofo. Un filósofo nunca habría necesitado que le recordasen que las riquezas no valen nada. El filósofo sabe que moriremos pobres, igual que nacimos.
Después me he descubierto dejándome llevar por el arrullo de las voces de los que rezaban en voz alta. Repetían lo mismo y en mi cabeza, que estaba en blanco y en mi mirada, que estaba perdida, no significaba nada. Caían mis lágrimas, estas misas mensuales de difuntos tienen que morir en algún momento o moriré con ellas.
Las velas parpadeando, las imágenes inmóviles colgadas de las paredes a la espera de la resurrección, el olor a cera, a hostia consagrada, a vino dulce. Parpadeo y escucho el nombre de mi madre. Después, varios nombres invocando a más muertos, más ausencias, más silencios en tantas casas donde sus medias naranjas o sus hijos lloran por el eterno descanso. En el responso, piden la resurrección de su alma y la vida eterna y de nuevo aparece Platón y su alma inmortal, no sé si ascendiendo al mundo inteligible o descendiendo a las puertas del infierno.
Mi madre siempre me decía que le resultaba muy triste pensar que cuando la gente muere es como si nunca hubieran existido, porque ya no los veremos más. En medio de aquella iglesia que tanto significa para mi, aunque no sea religiosa, comprendí esas palabras de mi madre.
No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.
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