Quiero confesar públicamente, que soy una profesora de filosofía privilegiada, que habita en un centro público. Una profesora, que flota alegremente por encima de ese naufragio que supone, para el resto, la siempre controvertida ley educativa.
El IES Castillo de Luna de Alburquerque, es el espacio en el que vivimos mi sosegada voz, mis atractivas clases, el pensamiento crítico que contagio, las actividades que construyo sin cesar, mi impertinencia y lucha sin control, los debates imparables e imprescindibles y esta educadora y filósofa incansable.
También habitan allí varios personajes que no quiero silenciar: un equipo directivo abierto a la innovación y a las locuras, dialogante y crítico, que construye, sin destruir, las iniciativas que tenemos. Habita el educador social, una de las joyas de la corona y que despliega su sabiduría y su mano firme y amable en todo lo que toca, a modo de rey Midas. Habitan conserjes, dotados de una saber hacer poco usual, de cariño, de buen trato con los chicos y con todos nosotros, de esa aptitud necesaria para que todo funcione, porque tiene que funcionar. Hay inquilinos variados que hacen que la vida sea sencillamente vivible: limpiadoras que limpian y escuchan música, que se preocupan por tus necesidades y se adaptan a tus extraños horarios de tarde. Administrativos que papelean con sus mil papeles y con los tuyos, si eres tan torpe como yo para la burocracia. En la cafetería habita la que nos alimenta el cuerpo y a veces, nos da chocolate para el alma. Compañeros que pululan por pasillos, patios, salas, aulas, rincones, a veces buscando soluciones, a veces haciendo lo que saben hacer y lo mejor que pueden hacer. Y los chicos y chicas que acaparan todo el ruido generado en hora punta y en horas bajas, ellos y ellas son los imprescindibles: sus quejas improductivas, sus carreras por pasillos, sus excusas, retrasos, aciertos, triunfos, voces, te sorprenden, a veces muy dormidos y a veces tan despiertos que asusta tanta lucidez. Sin los chicos y chicas que vienen cada día a que les demos lo mejor que somos capaces de dar, esta casa no existiría.
Y aunque hay que limpiar de vez en cuando y pintar y reformar, sigo quedándome cada curso en ella. Imposible, a estas alturas de mi vida, habitar en otra.
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