A veces las sombras se funden con la realidad y se estiran sobre el pavimento, para hacerse partícipes de los acontecimientos.
Día 1 de noviembre, día de cementerios, flores, misas y difuntos. Días de tristezas y sombras sobre las lápidas que anidan en este cementerio. He acompañado a mi madre, como lo he venido haciendo desde hace muchos años, durante la misa. Esta vez, ella estaba inexplicablemente para mi, dentro de uno de esos nichos. He escuchado la letanía de las voces que rezaban en la distancia, a su lado, frente a una lápida que se ha empeñado en tener grabado el nombre y los apellidos de mi madre. Creo que no es posible que mi madre esté dentro, cómo la muerte puede haber callado ese torrente de charla permanente, ese saltar de un tema a otro sin control ni límites temáticos. Como puede la muerte dejarnos tan en silencio.
Conversaciones en susurros de fondo, reencuentros para llorar juntos. Venidos de lejos y de cerca nos reunimos al calor de la misma emoción, al frio del mismo miedo. Al final todos acabaremos aquí es la letanía principal, para qué tener miedo. Ahora cantan en latín, mi madre también lo hacía. Hay bullicio, un grupo de niñas corren durante la celebración, están exentas de llorar y necesitadas de reír a carcajadas. Hacemos paseíllo de reconocimiento por todo el cementerio y escucho contar otra vez las mismos sucesos: muertes naturales, dolorosas, prematuras. Historias completas que no se perderán nunca, porque siempre queda alguien para repasarlas. Mi madre siempre me recordaba algunas de esas historias, pero yo las he olvidado.Te hemos puesto muy guapa madre, hermana trajo dos macetas preciosas de margaritas para decorar tu espacio con vistas al cielo. Te hemos encendido una vela con la imagen de tu Virgen de la Jara, hemos limpiado la lápida para que te veas reluciente. Creo que hemos cumplido con todo el protocolo que nos enseñaste por si te morías, pero he de decirte, madre mía, que nos ha dolido
el corazón y el alma en este aprendizaje.
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