viernes, 24 de febrero de 2023

Sócrates murió en febrero

 

Desconozco en qué época tenía que haber vivido para ser feliz, pero se bien que este no es mi siglo, ni mi espacio. Siempre he tenido la convicción de que no estoy ni en el tiempo ni en el lugar que me corresponde, pero a pesar de eso me veo rodeada de algunos seres excepcionales que concluyo que también están fuera de su tiempo. Ante ellos me inclino sin dudarlo, aprendo y aplico el acto de compartir. Ellos siempre saben quiénes son y saben dónde encontrarme.

No entiendo de intrigas, interpretaciones, ni subterfugios. Miro la lluvia y veo la lluvia, miro a las personas y veo personas, no sé mirar de otro modo que no sea con mis pupilas abiertas y dispuestas, tan solo a mirar. Creo que aprendí muy bien del maestro.

Me gusta dar las gracias, pedir perdón, reconocer el trabajo bien hecho, los errores, las palabras bien dichas, los actos meditados y llevados a cabo con generosidad. De nuevo aplaudo con detenimiento a los entregados a la vida y a los demás. Ellos escuchan mis aplausos, procuro que sean intensos y que no me los arrebate el viento, ni el tiempo.

Gusto de la crítica constructiva y de aquellos que lejos de conocer las espaldas de la gente, miran a los seres humanos a la cara.

Creo firmemente que no hablar de las cosas, no va a hacer que estas desaparezcan. La única forma de derrocar estereotipos, información sesgada, criterios no investigados y no contrastados, educación de única dirección, ideologías, banderas, ideas, opiniones, conflictos y en definitiva todo lo que no pase por el tamiz del pensamiento crítico, hay que discutirlo al modo socrático: buscando la verdad y no huyendo de ella.

Con ingenuidad creo que la sinceridad y la transparencia sin máscaras, son el arma del que todo ser humano debería venir provisto en su genética. Aquí la madre naturaleza se ha equivocado y pensó que era más importante el color de ojos, la estructura ósea, etc y no aquello que parece definirnos, erróneamente, a todos: la racionalidad y la humanidad.

También gusto de la ironía, de nuevo, de la socrática, de la única que nos puede hacer avanzar y reír en un mundo complejo y de excesiva sensibilidad.

Hoy, brindo por mi maestro, el bebedor de cicuta incansable, el cínico, el orador que ha guiado mis pasos y ha amansado a la bestia que llevo dentro, consiguiendo que sea el noble uso de las palabras, bien dichas, mi única espada.




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