miércoles, 20 de octubre de 2021

Cadenas y Cabreos


    Después de la sesión de hoy con mis alumnos de 2º de bachillerato, no sabría decir si hay en ellos más cadenas o más cabreos.

Al hilo de Platón, un año más, nos adentramos en las profundidades de las cavernas. Y precisamente de cavernas, cadenas y sombras iba la reflexión que les he mandado hacer a mis chicos y que han compartido en voz alta en nuestro espacio dedicado al arte de filosofar.

Confieso que me he agarrado con fuerza a mi silla y he abierto todos los sentidos para no perder detalle de todo lo que han conseguido extraer a su mundo. Platón habría estado satisfecho al comprobar que los prisioneros, adecuadamente educados son capaces de identificar las cadenas que les atan y las sombras que les acompañan en la adolescencia. Mis chicos han abierto en sus cabezas, el hueco que la razón se merece y han encontrado medios de comunicación encaminados a dirigir y decidir sus vidas, redes sociales que les hacen creer en una única verdad digna de adoración, padres y demás tutores que regulan sus miedos, conformismo, los Otros que opinan y presionan, sistema educativo que mata la curiosidad, más miedos que les poseen sin escrúpulos y que no comprenden, autoexigencia, pereza y al final se miran y son ellos mismos con ganas de salir y sin ganas de ser libres a la vez. Platón tenía razón, la caverna es calentita y allí no hay que esforzarse. Yo añadiría, que además para salir, hace falta ser valiente.

lunes, 11 de octubre de 2021

Misa para muertos.


Platón decía que sólo el filósofo debe gobernar, porque es el más rico en sabiduría y virtud y no anhela otras riquezas.

Hoy en el cuarto mes de la muerte y ausencia obligada de mi madre, he ido a misa por ella. El sermón hablaba de como Jesucristo le dijo a un hombre rico que abandonase sus riquezas, confiara en él y le siguiera. Yo acto seguido he pensado que seguro que no era filósofo. Un filósofo nunca habría necesitado que le recordasen que las riquezas no valen nada. El filósofo sabe que moriremos pobres, igual que nacimos.

Después me he descubierto dejándome llevar por el arrullo de las voces de los que rezaban en voz alta. Repetían lo mismo y en mi cabeza, que estaba en blanco y en mi mirada, que estaba perdida, no significaba nada. Caían mis lágrimas, estas misas mensuales de difuntos tienen que morir en algún momento o moriré con ellas.

Las velas parpadeando, las imágenes inmóviles colgadas de las paredes a la espera de la resurrección, el olor a cera, a hostia consagrada, a vino dulce. Parpadeo y escucho el nombre de mi madre. Después, varios nombres invocando a más muertos, más ausencias, más silencios en tantas casas donde sus medias naranjas o sus hijos lloran por el eterno descanso. En el responso, piden la resurrección de su alma y la vida eterna y de nuevo aparece Platón y su alma inmortal, no sé si ascendiendo al mundo inteligible o descendiendo a las puertas del infierno.

Mi madre siempre me decía que le resultaba muy triste pensar que cuando la gente muere es como si nunca hubieran existido, porque ya no los veremos más. En medio de aquella iglesia que tanto significa para mi, aunque no sea religiosa, comprendí esas palabras de mi madre.

No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.

 

miércoles, 6 de octubre de 2021

Filosofía Aplicada Experiencial

No soy escritora de reseñas, pero puedo decir que, a modo socrático, soy filósofa hasta la muerte. Esto último es lo que me da la licencia necesaria para atreverme con un libro como este.

Le dije a José Barrientos que a medida que lo voy machacando en las variadas lecturas y relecturas que hago de él, más útil lo encuentro.

Para aquellos que busquen que la filosofía actúe como terapia, no les aconsejo su lectura. Para aquellos que gusten de añadir un análisis profundo y lleno de herramientas y obstáculos en su caminar por la vida, es muy recomendable. En cualquier caso, acercarse a la filosofía aplicada experiencial, siempre es un buen plan.

El filósofo en este libro, recupera el papel para el que nació: provocador incansable y humilde que nunca se cree en posesión de la verdad absoluta, porque sabe que no existe.

Nos permite romper la afirmación tan común acerca de la primacía de la filosofía teórica sobre la práctica, ofreciendo no sólo una conciliación, sino mostrando con claridad que la práctica es necesaria, frente al dogmatismo.

En sus líneas he podido comprobar la importancia de buscar que todos los que participen de esta práctica piensen y actúen por si mismos. Que entre las palabras y los hechos no haya una distancia insalvable.

El filósofo aplicado que pasea por sus líneas tiene que cuidar el camino, el discurso, la autonomía del que habla y del que escucha, la argumentación.... hasta que la cuerda aguante, bajándose de su pedestal.

José Barrientos, con esmerado cuidado nos va conquistando con la práctica de la filosofía. Recorre las diferentes formas y estrategias que puede haber para llevar a cabo los talleres de filosofía, haciéndose eco de ese valor que daban los estoicos al entrenamiento, sin descanso.

El libro habla del gobierno de las pasiones y el pensamiento crítico, sin perder el contacto con la realidad. No podría ser de otra forma, si hablamos de estoicos. El libro nos recuerda que la filosofía es para todos, aunque siempre lo fue. Que caben todos: mujeres, ancianos, niños, presos, angustiados y alegres, excluidos e incluidos también.

Me han cautivado varias cosas: el descubrimiento de que, aunque se de sobra que la vida puede ser un problema o incluso un cúmulo de sufrimientos, puedo convertir el padecimiento en recurso, cuando este está bien analizado y gestionado. Que no es necesario huir, sino que como buen caminante tengo que disfrutar de los pasos del camino y no solo ocuparme de hacer fotos para enseñárselos a los demás. Que no puedo hacer lo que me de la gana, sino lo que tengo que hacer, porque más allá de las pasiones que me puedan bloquear, está el compromiso con una existencia auténtica.

Creo que este libro es como un retiro con uno mismo, para conocerse y después de alguna forma servir a los demás. Ha sido la guía de mi propio entrenamiento, por eso lo he subrayado y leído tantas veces y por eso lo volveré a leer. Ahora todo lo que he aprendido de sus páginas y de su autor, lo estoy vertiendo sobre los que asisten a mis propios talleres de filosofía. Por ello, no puedo estar más agradecida.


sábado, 25 de septiembre de 2021

Gracias mamá.


 Hoy desayuné con mi madre. Bajó conmigo a la calle, a la cafetería de casi siempre: un manchado muy caliente y alguna tostada rica, lo que tu pidas para ti, hija.

Sesión de peluquería y un no me dices si estoy guapa. Mañana de tiendas y opiniones sobre la vida, que como te has muerto, sigue siendo muy puta todavía. 

Pruébate un vestido bonito, hija, yo te lo regalo, que siempre vas con pantalones, con lo guapa que eres y que poco te arreglas. En eso no te pareces a tu madre, que me gusta ir siempre bien arreglada.

Segundo café en el corte inglés con unas caprichosas tortitas, con nata y sirope, para compartir. Siempre empezaba alguna historia del pasado, de su gente, de su nostalgia, de sus recuerdos aún vivos que le permitían no desconectar. Con un te has dado cuenta, Carmen, todos los años que llevamos viniendo a esta cafetería y que poco ha cambiado, me dice lo mucho que le gusta que nos sentemos ahí después de las compras, para descansar y mirar a la gente. No pagues, siempre te adelantas y ya me toca a mi, que tú, hija, tienes muchos gastos y yo ya estoy jubilada. 

Y lo mejor es cuando nos encontrábamos a alguien de su edad y la veía muy vieja, mientras ella solo estaba un poquito usada.

Ayer me emocioné en clase, mamá, porque les hablé de ti a mis alumnos y de esa generosidad que he aprendido y que siempre me acompaña. Gracias por no irte del todo.

viernes, 10 de septiembre de 2021

Tres meses de ausencias

Cada tarde me he sentado frente a la tumba de mi madre y hemos hecho corrillo, ella, mi soledad y mi tristeza. Leo su nombre una y otra vez, quizá buscando que no sea ella la que está dentro. No quiero que la palabra madre desaparezca y por eso voy y la llamo bajito cuando estoy cerca.

He descubierto que en los cementerios, irónicamente, hay demasiado ruido. Las almas inmortales, aquellas que tanto ensalzaran filósofos como Pitágoras, Platón o Aristóteles, merodean incansables contando sus historias a todo aquel que pasa cerca y se para a escucharlas. Cada lápida guarda secretos que nunca se dijeron en voz alta. Cada lápida está revestida de palabras que desnudan al muerto ante cualquier desconocido, en la de mi madre hemos dejado al descubierto que era una mujer hermosa y valiente, por si había dudas. Cada lápida encierra una muerte fugaz, prolongada, terrible o envidiable, pero siempre dolorosa. Todos los muertos han sido llorados convenientemente por alguien y siempre hay alguien que, al menos en sus esquelas, no les olvida.

El cementerio me habla de mi madre. Me habla de sus cosas, de sus amigos, primos, abuelos, tíos, padres y hermano allí enterrados. El cementerio me habla de llantos contenidos, de los de tragar saliva y suspirar y de llantos imparables, de los de congoja entrecortada, presión en el pecho y mocos torrenciales.

Hoy a tres meses ya de su ausencia ha vuelto a despertar y a morir conmigo, otra vez. Creo que voy llorando menos y aceptando más, aunque no estoy segura, madre mía.

Y como soy incansable, sigo yendo al cementerio, buscando que quizá un día ella esté fuera esperándome y tomarnos un café con un trozo de tarta compartido.

domingo, 15 de agosto de 2021

Mi amigo Agustín


Nos gusta conversar. El es un torbellino al que me gusta observar. Se comunica conmigo de manera entrecortada, salta de un tema a otro sin filtro, me habla de personas que desconozco y las transforma hábilmente en conocidas. Enumera incansable, nombres ante mi y enlaza caóticamente sus historias, en un intento de hacerme comprender cómo es su vida en este pequeño pueblo en el que habita y es feliz.

Yo intento seguirle a toda prisa. Su actitud encierra una inocencia que no alcanzo a medir, mezcla de adolescencia tardía y madurez retardada. De repente se levanta, canturrea o emite sonidos que distorsionan el espacio que ocupamos. Pero nadie nos mira.

Le gusta escuchar mis lecciones de la vida y me exprime cada vez que estamos juntos, insaciable. Yo le hablo de política, de lo importante que sería cambiar el pueblo, de cómo vivo mis tristezas. Le hablo de mi trabajo, de las vacaciones, de lo mal que duermo y de lo pronto que despierto y me pongo con mis cosas. Me burlo de lo mal que combina los colores y no hace un drama, porque es solo ropa. Saluda a todo el mundo y me contagia ese afán innato por descubrir cómo se encuentran los demás. Le cuento que es importante no esperar nada cuando uno da, pero no acaba de verlo claro y me sonríe mientras acongojado me cuenta la última vez que alguien no fue lo suficientemente agradecido con la vida.

Nos gusta estar juntos, pero creo que no nos parecemos en nada. Nos cruzamos a veces en tierra de nadie y es entonces cuando respeto sus oraciones, sus lecturas de la biblia, su cantos religiosos, su catequesis y su falta de respuesta cuando le pregunto por qué tiene fe y calla. No cuestiono su dios y su dios tampoco me cuestiona.

En pocas horas me voy, pero no hay problema, porque siempre se viene conmigo.


jueves, 12 de agosto de 2021

Mi pueblo me huele a amores de verano.

 

Huele a siestas en la laguna tallando corazones en los eucaliptos. Huele a cantos de chicharras que nos adormecen. Me huele a la familia que espera, a mis primos y a mis tíos. Corrillos en las puertas, tardes de ganchillo y críticas destructivas. Relojes de pared tras las ventanas, calles oscuras y viento fresco.

Mi pueblo huele a ruido, a viejas cotillas, a bisagras de puertas, también viejas, que tras un Ave María Purísima responden Sin pecado concebida. Huele a los que faltan, porque murieron, y se mezclan con los que vuelven y los que siempre están.

El pueblo al que siempre vuelvo, huele a calles de tierra que se regaban al atardecer y que de tanto regarlas se volvieron cemento. Huele a correr por las calles, a gatos, a romper bombillas y sudar. Huele a besos en algún soportal y a sexo escondido tras esas paredes que siempre escuchaban y veían.

Las casas de mi pueblo huelen a cal y bienvenidas. Huele a campanadas para misa de doce, a traje de domingo y monedas en el cesto de la iglesia. A verbena de las que hacen retumbar los cristales, en la plaza y a procesiones. Huele a noche de discoteca, paseo por la carretera bajo las estrellas y sexo en el silo del trigo. Huele a bailar muy pegados las canciones lentas, a promesas y a peticiones, a discos rayados que de tanto bailar dejaron de ser vinilos.

El pueblo en el que a veces habito, huele a mis amigos, a los de siempre y a los de ahora. Huele a momentos perdidos y a los olvidados, a rencores sin resolver, a suposiciones y malos entendidos. Huele a novena de madrugada camino de la ermita, a coros celestiales y a historias inconclusas. A bodas, bautizos, comuniones, sepelios y siempre a eternidad. Huele a cementerio al atardecer y a charlas silenciosas. 

Huele a mi primer amor y al segundo y a todos los que vinieron. Huele a puertas siempre abiertas para los que van de paso, a comercios eclécticos y a noches en vela y churros de madrugada.

Ahora además huele a la ausencia de mi madre y a todas las cosas pendientes que me encargó que hiciera y tendré que cumplir y seguir volviendo a mi pueblo.

Entra el calor, de esta terrible noche de verano, por la ventana. Y mientras mis manos escriben, huele a sudor y me atrapan todos los aromas, sin remedio.