Mis chicos de 1º bachillerato Sociales |
En pleno debate 1ºCiencias |
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Heidegger y Hanna Arendt |
Y entonces han bombardeado a mi memoria esas historias intensas e incompletas que el tiempo a veces nos robó. También han aparecido las que han dejado huella, las que existen en este momento, las clandestinas, las erróneas, las radiantes y enamoradas. Están ahora en mi cabeza, mientras escribo, todas mis historias.
Y en un proceso que se me antoja interminable, van apareciendo todos aquellos que me han enamorado. Reivindico la necesidad de los amores de verano. Son los que han dado una chispa especial a mi vida: cortos, intensos y sin expectativas. Un hasta un próximo verano que quizá nunca llegó.
Reivindico la importancia de enamorarse y desenamorarse en la juventud: divertido y con una alta dosis de crisis existencial que te fortalece para el resto de las relaciones. Cuántas veces dije que era el amor de mi vida...
Reivindico el sexo esporádico, la locura interminable de probar diferentes amantes, jugar con tu mismo sexo, descubrir lo que oculta tu subconsciente cuando dejas de pensar en lo correcto. Reivindico el placer de enamorarte con mariposas en el estómago, con apretones de mano a destiempo, besos a escondidas, masturbaciones en bancos, disimulados por la semioscuridad, en cualquier parque.
Os invito a recordar, pero solo lo que dura un instante.
Yo quizá había olvidado todo aquello que me ocurrió, tantos besos, tantos amantes, tanto sexo.... Hoy aquí lo he recordado, pero solo un instante.
Anoche ya me acosté jodida porque tu recuerdo inundó sin piedad mi corazón y mi alma. Al ver la foto hace un instante, he arrancado a llorar. Me he sentado frente al ordenador para en este quinto mes de tu muerte acercarte mis palabras una vez más.
Me he comprado por fin la casa, mamá. Es tan grande como imaginamos tu y yo, tan grande como hemos imaginado todos. Tiene un patio en el que habríamos tomado el sol, el café, los pasteles troceados, la paella y los secretos en voz baja sobre esta vida, que todavía sigue siendo puta, porque no estás.
Y sigo adelante, reconozco que a veces sin fuerza porque me falta el aire. Echo de menos instantes que nunca pensé que hubiesen anidado en mi memoria: gestos, palabras, sonidos, ruidos. Qué tonta soy, mamá, todavía hago el intento de coger el teléfono y llamarte.
Aprietas la mano de mi hija en la foto, con la fuerza que apretaste la vida: sin queja. Sin esa queja eterna a la que el resto estamos atados. Gracias.
Al hilo de Platón, un año más, nos adentramos en las profundidades de las cavernas. Y precisamente de cavernas, cadenas y sombras iba la reflexión que les he mandado hacer a mis chicos y que han compartido en voz alta en nuestro espacio dedicado al arte de filosofar.
Confieso que me he agarrado con fuerza a mi silla y he abierto todos los sentidos para no perder detalle de todo lo que han conseguido extraer a su mundo. Platón habría estado satisfecho al comprobar que los prisioneros, adecuadamente educados son capaces de identificar las cadenas que les atan y las sombras que les acompañan en la adolescencia. Mis chicos han abierto en sus cabezas, el hueco que la razón se merece y han encontrado medios de comunicación encaminados a dirigir y decidir sus vidas, redes sociales que les hacen creer en una única verdad digna de adoración, padres y demás tutores que regulan sus miedos, conformismo, los Otros que opinan y presionan, sistema educativo que mata la curiosidad, más miedos que les poseen sin escrúpulos y que no comprenden, autoexigencia, pereza y al final se miran y son ellos mismos con ganas de salir y sin ganas de ser libres a la vez. Platón tenía razón, la caverna es calentita y allí no hay que esforzarse. Yo añadiría, que además para salir, hace falta ser valiente.
Platón decía que sólo el filósofo debe gobernar, porque es el más rico en sabiduría y virtud y no anhela otras riquezas.
Hoy en el cuarto mes de la muerte y ausencia obligada de mi madre, he ido a misa por ella. El sermón hablaba de como Jesucristo le dijo a un hombre rico que abandonase sus riquezas, confiara en él y le siguiera. Yo acto seguido he pensado que seguro que no era filósofo. Un filósofo nunca habría necesitado que le recordasen que las riquezas no valen nada. El filósofo sabe que moriremos pobres, igual que nacimos.
Después me he descubierto dejándome llevar por el arrullo de las voces de los que rezaban en voz alta. Repetían lo mismo y en mi cabeza, que estaba en blanco y en mi mirada, que estaba perdida, no significaba nada. Caían mis lágrimas, estas misas mensuales de difuntos tienen que morir en algún momento o moriré con ellas.
Las velas parpadeando, las imágenes inmóviles colgadas de las paredes a la espera de la resurrección, el olor a cera, a hostia consagrada, a vino dulce. Parpadeo y escucho el nombre de mi madre. Después, varios nombres invocando a más muertos, más ausencias, más silencios en tantas casas donde sus medias naranjas o sus hijos lloran por el eterno descanso. En el responso, piden la resurrección de su alma y la vida eterna y de nuevo aparece Platón y su alma inmortal, no sé si ascendiendo al mundo inteligible o descendiendo a las puertas del infierno.
Mi madre siempre me decía que le resultaba muy triste pensar que cuando la gente muere es como si nunca hubieran existido, porque ya no los veremos más. En medio de aquella iglesia que tanto significa para mi, aunque no sea religiosa, comprendí esas palabras de mi madre.
No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.
Le dije a José Barrientos que a medida que lo voy machacando en las variadas lecturas y relecturas que hago de él, más útil lo encuentro.
Para aquellos que busquen que la filosofía actúe como terapia, no les aconsejo su lectura. Para aquellos que gusten de añadir un análisis profundo y lleno de herramientas y obstáculos en su caminar por la vida, es muy recomendable. En cualquier caso, acercarse a la filosofía aplicada experiencial, siempre es un buen plan.
El filósofo en este libro, recupera el papel para el que nació: provocador incansable y humilde que nunca se cree en posesión de la verdad absoluta, porque sabe que no existe.
Nos permite romper la afirmación tan común acerca de la primacía de la filosofía teórica sobre la práctica, ofreciendo no sólo una conciliación, sino mostrando con claridad que la práctica es necesaria, frente al dogmatismo.
En sus líneas he podido comprobar la importancia de buscar que todos los que participen de esta práctica piensen y actúen por si mismos. Que entre las palabras y los hechos no haya una distancia insalvable.
El filósofo aplicado que pasea por sus líneas tiene que cuidar el camino, el discurso, la autonomía del que habla y del que escucha, la argumentación.... hasta que la cuerda aguante, bajándose de su pedestal.
José Barrientos, con esmerado cuidado nos va conquistando con la práctica de la filosofía. Recorre las diferentes formas y estrategias que puede haber para llevar a cabo los talleres de filosofía, haciéndose eco de ese valor que daban los estoicos al entrenamiento, sin descanso.
El libro habla del gobierno de las pasiones y el pensamiento crítico, sin perder el contacto con la realidad. No podría ser de otra forma, si hablamos de estoicos. El libro nos recuerda que la filosofía es para todos, aunque siempre lo fue. Que caben todos: mujeres, ancianos, niños, presos, angustiados y alegres, excluidos e incluidos también.
Me han cautivado varias cosas: el descubrimiento de que, aunque se de sobra que la vida puede ser un problema o incluso un cúmulo de sufrimientos, puedo convertir el padecimiento en recurso, cuando este está bien analizado y gestionado. Que no es necesario huir, sino que como buen caminante tengo que disfrutar de los pasos del camino y no solo ocuparme de hacer fotos para enseñárselos a los demás. Que no puedo hacer lo que me de la gana, sino lo que tengo que hacer, porque más allá de las pasiones que me puedan bloquear, está el compromiso con una existencia auténtica.
Creo que este libro es como un retiro con uno mismo, para conocerse y después de alguna forma servir a los demás. Ha sido la guía de mi propio entrenamiento, por eso lo he subrayado y leído tantas veces y por eso lo volveré a leer. Ahora todo lo que he aprendido de sus páginas y de su autor, lo estoy vertiendo sobre los que asisten a mis propios talleres de filosofía. Por ello, no puedo estar más agradecida.
Sesión de peluquería y un no me dices si estoy guapa. Mañana de tiendas y opiniones sobre la vida, que como te has muerto, sigue siendo muy puta todavía.
Pruébate un vestido bonito, hija, yo te lo regalo, que siempre vas con pantalones, con lo guapa que eres y que poco te arreglas. En eso no te pareces a tu madre, que me gusta ir siempre bien arreglada.
Segundo café en el corte inglés con unas caprichosas tortitas, con nata y sirope, para compartir. Siempre empezaba alguna historia del pasado, de su gente, de su nostalgia, de sus recuerdos aún vivos que le permitían no desconectar. Con un te has dado cuenta, Carmen, todos los años que llevamos viniendo a esta cafetería y que poco ha cambiado, me dice lo mucho que le gusta que nos sentemos ahí después de las compras, para descansar y mirar a la gente. No pagues, siempre te adelantas y ya me toca a mi, que tú, hija, tienes muchos gastos y yo ya estoy jubilada.
Y lo mejor es cuando nos encontrábamos a alguien de su edad y la veía muy vieja, mientras ella solo estaba un poquito usada.
Ayer me emocioné en clase, mamá, porque les hablé de ti a mis alumnos y de esa generosidad que he aprendido y que siempre me acompaña. Gracias por no irte del todo.
He descubierto que en los cementerios, irónicamente, hay demasiado ruido. Las almas inmortales, aquellas que tanto ensalzaran filósofos como Pitágoras, Platón o Aristóteles, merodean incansables contando sus historias a todo aquel que pasa cerca y se para a escucharlas. Cada lápida guarda secretos que nunca se dijeron en voz alta. Cada lápida está revestida de palabras que desnudan al muerto ante cualquier desconocido, en la de mi madre hemos dejado al descubierto que era una mujer hermosa y valiente, por si había dudas. Cada lápida encierra una muerte fugaz, prolongada, terrible o envidiable, pero siempre dolorosa. Todos los muertos han sido llorados convenientemente por alguien y siempre hay alguien que, al menos en sus esquelas, no les olvida.
El cementerio me habla de mi madre. Me habla de sus cosas, de sus amigos, primos, abuelos, tíos, padres y hermano allí enterrados. El cementerio me habla de llantos contenidos, de los de tragar saliva y suspirar y de llantos imparables, de los de congoja entrecortada, presión en el pecho y mocos torrenciales.
Hoy a tres meses ya de su ausencia ha vuelto a despertar y a morir conmigo, otra vez. Creo que voy llorando menos y aceptando más, aunque no estoy segura, madre mía.Y como soy incansable, sigo yendo al cementerio, buscando que quizá un día ella esté fuera esperándome y tomarnos un café con un trozo de tarta compartido.
Yo intento seguirle a toda prisa. Su actitud encierra una inocencia que no alcanzo a medir, mezcla de adolescencia tardía y madurez retardada. De repente se levanta, canturrea o emite sonidos que distorsionan el espacio que ocupamos. Pero nadie nos mira.
Le gusta escuchar mis lecciones de la vida y me exprime cada vez que estamos juntos, insaciable. Yo le hablo de política, de lo importante que sería cambiar el pueblo, de cómo vivo mis tristezas. Le hablo de mi trabajo, de las vacaciones, de lo mal que duermo y de lo pronto que despierto y me pongo con mis cosas. Me burlo de lo mal que combina los colores y no hace un drama, porque es solo ropa. Saluda a todo el mundo y me contagia ese afán innato por descubrir cómo se encuentran los demás. Le cuento que es importante no esperar nada cuando uno da, pero no acaba de verlo claro y me sonríe mientras acongojado me cuenta la última vez que alguien no fue lo suficientemente agradecido con la vida.
Nos gusta estar juntos, pero creo que no nos parecemos en nada. Nos cruzamos a veces en tierra de nadie y es entonces cuando respeto sus oraciones, sus lecturas de la biblia, su cantos religiosos, su catequesis y su falta de respuesta cuando le pregunto por qué tiene fe y calla. No cuestiono su dios y su dios tampoco me cuestiona.
En pocas horas me voy, pero no hay problema, porque siempre se viene conmigo.
Huele
a siestas en la laguna tallando corazones en los eucaliptos. Huele a
cantos de chicharras que nos adormecen. Me huele a la familia que
espera, a mis primos y a mis tíos. Corrillos en las puertas, tardes
de ganchillo y críticas destructivas. Relojes de pared tras las
ventanas, calles oscuras y viento fresco.
Mi pueblo huele a ruido, a viejas cotillas, a bisagras de puertas, también viejas, que tras un Ave María Purísima responden Sin pecado concebida. Huele a los que faltan, porque murieron, y se mezclan con los que vuelven y los que siempre están.
El pueblo al que siempre vuelvo, huele a calles de tierra que se regaban al atardecer y que de tanto regarlas se volvieron cemento. Huele a correr por las calles, a gatos, a romper bombillas y sudar. Huele a besos en algún soportal y a sexo escondido tras esas paredes que siempre escuchaban y veían.
Las casas de mi pueblo huelen a cal y bienvenidas. Huele a campanadas para misa de doce, a traje de domingo y monedas en el cesto de la iglesia. A verbena de las que hacen retumbar los cristales, en la plaza y a procesiones. Huele a noche de discoteca, paseo por la carretera bajo las estrellas y sexo en el silo del trigo. Huele a bailar muy pegados las canciones lentas, a promesas y a peticiones, a discos rayados que de tanto bailar dejaron de ser vinilos.
El pueblo en el que a veces habito, huele a mis amigos, a los de siempre y a los de ahora. Huele a momentos perdidos y a los olvidados, a rencores sin resolver, a suposiciones y malos entendidos. Huele a novena de madrugada camino de la ermita, a coros celestiales y a historias inconclusas. A bodas, bautizos, comuniones, sepelios y siempre a eternidad. Huele a cementerio al atardecer y a charlas silenciosas.
Huele a mi primer amor y al segundo y a todos los que vinieron. Huele a puertas siempre abiertas para los que van de paso, a comercios eclécticos y a noches en vela y churros de madrugada.
Ahora además huele a la ausencia de mi madre y a todas las cosas pendientes que me encargó que hiciera y tendré que cumplir y seguir volviendo a mi pueblo.
Entra el calor, de esta terrible noche de verano, por la ventana. Y mientras mis manos escriben, huele a sudor y me atrapan todos los aromas, sin remedio.
Ya van dos meses y un día lidiando con tu ausencia madre mía.
En estos días recorro tu casa, utilizo todas las cosas que pasaron por tus manos. Me acerco casi de puntillas hasta tu armario y hundo mi nariz en tus vestidos, porque aún el olor a ti no se ha atrevido a abandonarlos. Abro las ventanas, ventilo la casa, doblo ropas y recojo utensilios a tu manera, para no cambiar nada de lugar ni de forma y no permitir que te alejes.
La gente va y viene y pregunta por nuestro dolor y nos acompaña en un sentimiento que es incapaz de sentirse acompañado, todavía. Ya ves, madre, como si el dolor fuera importante.
Estoy cuidando tu jardín y te he llevado flores al cementerio para no escuchar como me riñes si no lo hago. Misa cada mes, como manda la tradición y velas encendidas para que no sientas esa oscuridad que tanto te asustaba los últimos meses.
Me siento en tu sillón y coloco esos pañitos que tanto me molestan por ti. Te he traído un dedal de mis vacaciones para seguir aumentando tu colección. Y el baño huele a tus cremas, a tu laca insoportable. Me he bebido tu cerveza compartida y me he quedado con tus sueños que prometo que irán creciendo en mis palabras. He visitado a tu virgen para pedirla que te agarre de la mano, que te lo debe y no te suelte.Y te quiero, porque solo se quererte, desde siempre.
Esto es todo lo que soy: un poco de carne, un breve hálito vital y el guía interior... (Marco Aurelio)
En verdad, es todo lo que soy. Y aunque crea que soy mucho más, pierdo el tiempo cuidando del envoltorio mortal. Si me despojo de mi trabajo, de mis caprichos, de mi coraza. Si dejo atrás mis intereses, mi ego; solo quedo yo: un cuerpo que morirá como todos. Creo que no añoro la inmortalidad. ¿Para qué aferrarme a mis tesoros si desaparecerán conmigo?
Quítate la fama, las posesiones, los halagos, incluso el cuerpo. Deja sólo el alma al descubierto.
Lo importante es la grandeza del alma, lo demás lo arrastra el tiempo.
Hoy, hace treinta días que murió Elisa, mi madre y el amor que siento por ella me obliga a hacer un homenaje a su recuerdo imparable.
La recuerdo dormida, tal y como me despedí de ella en la cama del hospital tras su muerte. La recuerdo a mi lado, siempre estaba a mi lado. La recuerdo incansable en su quehacer y en su existencia. Mi apoyo y mi aliento en cualquiera de los momentos en los que me ha golpeado la vida y en los que me ha sonreído también. Siempre fue mi compañera, la mujer incondicional que paseaba a mi lado, a veces sin preguntar. No puedo recordar cuántos cafés tomamos juntas, cuántas mañanas de escapada por cualquier lugar para tomar café y hablar de lo puta y lo hermosa que es la vida. Ahora que estás muerta, madre, solo me parece puta.
Recuerdos, ella siempre traía a nuestra mente recuerdos. Creo que el pasado nunca supo abandonarla y yo aprendí a alimentarme de sus historias. Todas las personas que pasaron por su vida se han quedado ya guardadas en la mía y creo que no podré evitar que vayan saliendo de mis manos, como hoy, entre estas teclas, sale ella.
Murió al amanecer, quizá por eso hoy desperté sintiendo que estaba a mi lado.
Murió y yo sigo existiendo y mi aliento y el latido de mi corazón, hoy brindan por ella y su recuerdo.
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Sé con seguridad que voy a envejecer y será en un largo otoño. Sentada debajo de un cerezo, fresco, como el tatuaje en mi brazo derecho. El amor de mi vida a mi lado, acariciándome la mano, media sonrisa medio borrada de tanto sonreír. Casi sin recuerdos, porque al fin y al cabo, para qué recordar. Alabando cada ocurrencia con ruidosas carcajadas, porque cuando envejezca reiré con fuerza para escucharme. Distorsionando en mis oídos el aleteo de insectos, el viento despegando hojas del cerezo, deshojando flores de mi brazo y de mi alma.
Sé que amaré el color del cielo, pasearé cada noche con Minerva a mis espaldas, fingiré que aún puedo ver las estrellas y la luna me acompaña.
Estarán algunos de mis libros, especialmente aquellos que siempre estuvieron cerca para consolarme o enseñarme. Sobre todo apilaré en la mesilla aquellos que siempre me pellizcaron, para recordarme la importancia de dejar de leer y vivir.
Mis manos en reposo sobre el regazo, apaciguarán mi cuerpo y mi mente. Bajo el cerezo entornaré la mirada y me dejaré vaciar, para entonces espero no estar ya llena de nada. Respiraré tranquila, escuchando, a veces si a veces no, mi corazón.
Y con seguridad, en alguno de esos instantes, moriré.
No sé muy bien qué significa, cuando escucho a un médico decir a alguien que la vida le ha dado un aviso. ¿Un aviso por qué o con qué finalidad? ¿La vida avisa de que estás vivo?¿Acaso, la vida a modo de agenda existencial nos va recordando cosas?
¿La vida es algo particular que habla con cada ser humano y dicta su destino? ¿Viene la vida y nos habla para recordarnos que nuestra obligación es estar vivos? ¿Y si enfermamos, tenemos que rendir cuentas porque hemos fallado?
¿La vida es algo universal y todo es vida? Y si es así ¿por qué tendría la necesidad de avisarnos?
A esa afirmación casi trágica del aviso, le sigue la coletilla, no menos trágica, de la vida es así.