domingo, 25 de agosto de 2019

Morir en verano

El verano es una época pesada para morirte. Hace demasiado calor para morir y demasiado calor para que las personas que van a acompañarte se tengan que desplazar, llorar y sudar sin parar. Los días de verano encierran esa pereza infinita que yo estimo que es inapropiada para morir. 
Y sin embargo, hay personas que mueren en verano. Las estaciones del año ni entienden lo que es la pereza, ni lo  que es inapropiado y en definitiva, no entienden lo que es la muerte.
Lo vivido hace unos días, me ha hecho ver una vez más que el ser humano es extraordinario, imprevisible y generoso, incluso ante la muerte. ¿Qué será estar muerta?. ¿Qué será morir sola?. Ahora se que, al menos en nuestros pequeños pueblos extremeños, nadie muere solo. He visto como en un instante y sin previo guión los habitantes de un pueblo han llevado a cabo todo lo necesario para que el camino de aquel que inesperadamente ha muerto sea más fácil para todos, para el muerto, para los ausentes, para los que han de venir y adaptarse al clima funerario, para los que habrán incluso de morir algún día. 
Alguien muere y entonces todo sucede sin más: alguien llama a un médico, alguien cierra las puertas y baja la persiana, alguien se pone en contacto con la familia que está lejos, alguien consigue hablar con el cura, alguien trae agua fresca y vasos y fanta... porque el día de calor es terrible, alguien saca sillas a la puerta para los acompañantes, muchos lloran, alguien se ofrece para lo que haga falta, alguien cocina por si se necesita comida, todos esperan en voz baja a que lleguen los familiares y consolar su llanto inconsolable. Alguien muere y todos van a una desde el principio hasta la despedida final en el cementerio. Porque además y a pesar del terrible calor todos van caminando detrás del coche fúnebre para dar el último adiós.
Mi padre dice que donde está la muerte está la vida. Así es sencillo vivir y morir. Gracias.