jueves, 11 de enero de 2024

Testamento vital


En virtud del derecho que me reconoce el artículo 17 de la ley 3/2005 de 8 de julio de la Comunidad autónoma de Extremadura, de información sanitaria y autonomía del paciente:

Yo, mayor de edad, con plena capacidad de tomar una decisión de manera libre y con la información suficiente que me ha permitido reflexionar, realizo de forma documental las siguientes expresiones de mis voluntades….

Pediré que no prolonguen mi vida innecesariamente, cuando detecten que mi cuerpo está incapacitado para tener una vida digna y mi alma esté pudriéndose por no poder soportarlo.

Pediré que no permitan un dolor innecesario a las personas que me cuiden, que no tengan que ponerme baberos ni darme de comer, que no tengan que mirar como se consume mi espíritu luchador cuando ya no pueda luchar, que yo misma no tenga que ver sus tristezas y sus recuerdos anticipados por mi inevitable muerte. 

Exigiré que no me asfixien entre tubos, pinchazos o sondas, si confirman que es el sprint final de mi vida. Que me pongan rock and roll para acompañar las últimas bocanadas de mi aliento y las últimas mareas.

Pediré que permitan que me abrace la muerte con sosiego, cuando la puta vida, por fin decida abandonarme. Confiaré en la plena sabiduría de la naturaleza, que seguro ejecutará con destreza su plan y sabrá cuando me toca morir, porque sabe que yo no tengo miedo. 


( En estos días estoy haciendo mi testamento vital, para que cuando llegue, algún día la muerte, me pille preparada)

miércoles, 10 de enero de 2024

Yo, no escucho.


Hay personas que lo cuentan todo, que lo saben todo, que lo ocupan todo, hasta arrinconarte y entonces te lanzas a desaparecer.

Los lugares comunes de un hospital, no tienen rincones reservados para la invisibilidad. 

Todo el mundo es médico o enfermera, conocen dosis, medicinas, diagnósticos, interpretan datos, aconsejan exigiendo y presumen de esas licenciaturas que les dieron las largas temporadas de hospitales y experiencias. No sé si me dan miedo o me producen risa.

Demasiado aficionado. Yo, no escucho.

Segunda planta de este hospital.

                   

Mi agradecimiento a la segunda planta del hospital de Mérida por el trato que estamos recibiendo. 


Música flamenca sale del carro en el que las auxiliares transportan sus cosas de auxiliares,  en este hospital. No las he visto dejar de sonreír, a pesar de nuestras múltiples insistencias. Todos necesitamos algo y lo queremos ya: Levanta a mi padre, mi hermano, mi amiga. Acuesta a mi suegra, mi hermana, mi prima. Necesito una manta, comida, toalla. El sentir hedonista también habita en el hospital. 

Enfermeras y enfermeros que están en pie de guerra permanente. Si miro un rato los veo surcar los pasillos sin tocar el suelo y a vertiginosa velocidad. Ponen, quitan, cambian. Vías, gafas, sueros, sangre. Curan, limpian, consuelan. Vías, vías, hola cariño cómo estás.

Médicos y médicas de una compresión infinita, ante nuestras preguntas infinitas. Acompañantes que con infinita pesadez, preguntamos lo que no tiene fin y a veces ni respuesta. Infinita paciencia para los impacientes. Y además perseguidos por pasillos, cafeterías y despachos, porque siempre olvidamos algo que debimos preguntar.

Esta planta está muy transitada, todos somos desconocidos que se conocen. Las expresiones de nuestras caras son comunes, espacio común, alojamiento temporal común. 

Hay algo que me gusta especialmente: casi todos llaman a los enfermos por su nombre.



martes, 9 de enero de 2024

15 metros cuadrados de hospital.


Estoy conviviendo en aproximadamente 15 metros cuadrados de hospital. Hay un sillón verde, un potro de tortura que maltrata cada parte de mi esqueleto. Quizá la silla eléctrica se asemeje más confortable en estos malditos días de invierno, de esperas y hospitales.

15 metros cuadrados, camas manuales que rematan en mi dolorido cuerpo, lo que el sillón verde no pudo hacer.

15 metros cuadrados en los que juego a adivinar las horas que no pasan, los sonidos de máquinas, aerosoles y en que habitación se lamenta el enfermo o muere. 

Lo imposible es que pases por aquí y nadie muera.

15 metros cuadrados para escuchar historias que no me importan, que han dejado de estremecerme, porque en estos 15 metros cuadrados te vuelves indolente.

Y como no puedes dormir, los fantasmas vienen y te van jodiendo la noche. En 15 metros cuadrados es inapropiado lidiar con los recuerdos que vienen a destrozarte.

Deseo salir fuera, al frío. Salir de estos 15 metros cuadrados de invierno. Quise decir, quizá, de infierno. No lo sé.

Muerte en la 226



Título susceptible de cualquier novela de género policial, a las que, aunque con respeto, no guardo afición.

Morir en un hospital, aunque quien muera sea desconocido, es morir igualmente. Morir en un hospital se mezcla, con una exquisita normalidad, con la vida.

Las camas en las que viajan los muertos, se mezclan con las charlas de lo vivos en habitaciones y pasillos. De fondo no hay violines, solo cisternas descargando agua, cambios de suero, oxígeno que asemeja -con esfuerzo de imaginación- cascadas, sillas, peticiones de información, exigencia de cuidados, timbres…

La muerta pasea cubierta con una sábana corriente y rueda sobre la cama corriente que la sintió morir. Algunos miran directamente, imagino que no es su primer muerto. Otros refugian sus miradas en las ventanas y huyen de ese instante tan dramático y real: el de lo inevitable, lo que vendrá, lo místico, trascendental, lo irracional y poético, lo que somos, siempre seres que morimos. 

Hay un séquito espontáneo tras la cama de la muerta, camino del cielo o del infierno, nunca lo sabré.



Salas de espera


Estoy sentada en una silla de madera, en la sala de espera de este hospital.

Las salas de espera, son espacios en los que el dolor, quizá como lo sintió el mismo Epicuro, vive a sus anchas.

Hace frío, el invierno y el dolor hacen que ese frío se instale en los huesos. No nos conocemos, todos esperamos, porque aquí se viene a esperar y a desesperar.

Nos miramos a los ojos, imaginando cuál es la desazón del Otro, cuál la enfermedad que le ha traído aquí, o la persona querida de la que espera noticias. 

Aquí venimos a sufrir y a descubrir que vivir no es gratis, es esperar.