viernes, 9 de diciembre de 2022

Mi madre murió hace un año y medio (brindo por ella)

 

He besado a mi madre infinitas veces mientras vivía, no recuerdo ni un día en el que no lo hiciera cuando estaba a mi lado.
Hoy confieso que también la besé infinitas veces mientras estaba muerta. La besé hasta que me echaron y entonces, querida madre, tuve que guardarme tus besos. Tuve que guardarme mis besos, también.
Ha llegado el momento de batirme con el dolor que siempre me ha estado mirando la nuca, desde hace año y medio. Me he dado la vuelta y no he sentido nada. He escuchado mi llanto otra vez y he sentido vergüenza, porque no soy capaz de dejar de llorar.

Besé a mi madre muerta.

Hablé muy bajito en su oído derecho, sabía que cuando uno muere se agudizan los sentidos y por eso repetí como un mantra: te quiero madre, te quiero madre, buen viaje. No lloré a su lado, no se murió sabiendo de mi tristeza, solo sintió mis besos por su cara  y mis palabras. Agarré su mano herida de hematomas y hablé con ella como siempre. Recuerdo que estaba a punto de salir mi primer libro, era una sorpresa que tuve que desvelar, porque tenía que marcharse, y estoy segura de que se emocionó conmigo. 

No sé si será cierto que cuando vas a morir toda tu vida pasa por delante, mientras mi madre moría nos atravesó a modo de estrella fugaz toda la vida con ella.

He dicho a mi madre infinitas veces que la quiero mientras vivía, también se lo dije infinitas veces mientras moría.


Cosmopolita habitando en Sagrajas

Siempre que me preguntan de dónde soy, digo que soy cosmopolita. Ser ciudadana que habita en el mundo. me ofrece la posibilidad de no tener que plantearme, ni mi nacionalidad, ni mi gentilicio. No entiendo de fronteras.
En mi periplo, la vida me ha llevado a Sagrajas, lugar inexistente para mí hasta hace algo más de un año.
Habito en Sagrajas, lugar muy pequeño, con casas muy grandes. Hemos sido acogidos con la amabilidad preventiva de no saber quien habitará la casa de Isabel
Vecinos impecables que, sin ni siquiera saber todavía nuestros nombres, nos prestan su luz, su agua, sus herramientas. Nos regalan los productos que salen de sus tierras, huevos, la charla en la entrada de la puerta, en el bar, un perol grande para hacer migas, su amistad y un buen puñado de paciencia mientras tirábamos algunos muros.
Todas las mañanas paseo por sus calles muy temprano, Kira, me acompaña. Estos días, Sagrajas brilla más, la niebla empaña el objetivo de mi cámara, dejando que los colores traspasen lo justo, para dejar el rastro de esas bombillas parpadeantes que sirven de alfombra roja para la llegada de la navidad.
Estos días, sentada frente al ordenador, escribo mis relatos. La ventana de mi biblioteca permite que todo el vecindario entre en mi casa a través de mi mirada observadora, sus quehaceres y las palabras que consigo ir robándole al silencio. 
Aquí siempre hay silencio y por eso las musas y los ruidos han bajado de nuevo a mi cabeza. 
Estos días adornan las calles, comparten bolas, lazos, árboles de navidad y material reciclado. Se suben a los tejados, para no dejar ni un centímetro sin ese espíritu navideño, que reconozco me han contagiado.
He abierto ya muchas de las cajas que he traído hasta aquí cargadas de sueños y se van haciendo realidad cada vez que reformamos un cachito más de estas paredes, de nuestro enorme patio, de nuestra convivencia con gente nueva. Estos días regalan migas, también roscón de reyes y chocolate y nos recuerdan que tenemos que acercarnos, que este espacio que es su pueblo, ya está empezando a ser también un poquito nuestro.
Aquí va mi ofrenda navideña: palabras. 
Antonio, Carmen, Eva y Kira, deseamos que sirvan de agradecimiento a vuestra incondicional acogida.