No soy escritora de reseñas, pero puedo decir que, a
modo socrático, soy filósofa hasta la muerte. Esto último es lo
que me da la licencia necesaria para atreverme con un libro como
este.
Le dije a José Barrientos que a medida que lo voy
machacando en las variadas lecturas y relecturas que hago de él, más
útil lo encuentro.
Para aquellos que busquen que la filosofía actúe como
terapia, no les aconsejo su lectura. Para aquellos que gusten de
añadir un análisis profundo y lleno de herramientas y obstáculos
en su caminar por la vida, es muy recomendable. En cualquier caso,
acercarse a la filosofía aplicada experiencial, siempre es un buen
plan.
El filósofo en este libro, recupera el papel para el
que nació: provocador incansable y humilde que nunca se cree en
posesión de la verdad absoluta, porque sabe que no existe.
Nos permite romper la afirmación tan común acerca de
la primacía de la filosofía teórica sobre la práctica, ofreciendo
no sólo una conciliación, sino mostrando con claridad que la
práctica es necesaria, frente al dogmatismo.
En sus líneas he podido comprobar la importancia de
buscar que todos los que participen de esta práctica piensen y
actúen por si mismos. Que entre las palabras y los hechos no haya
una distancia insalvable.
El filósofo aplicado que pasea por sus líneas tiene
que cuidar el camino, el discurso, la autonomía del que habla y del
que escucha, la argumentación.... hasta que la cuerda aguante,
bajándose de su pedestal.
José Barrientos, con esmerado cuidado nos va
conquistando con la práctica de la filosofía. Recorre las
diferentes formas y estrategias que puede haber para llevar a cabo
los talleres de filosofía, haciéndose eco de ese valor que daban
los estoicos al entrenamiento, sin descanso.
El libro habla del gobierno de las pasiones y el
pensamiento crítico, sin perder el contacto con la realidad. No
podría ser de otra forma, si hablamos de estoicos. El libro nos
recuerda que la filosofía es para todos, aunque siempre lo fue. Que
caben todos: mujeres, ancianos, niños, presos, angustiados y
alegres, excluidos e incluidos también.
Me han cautivado varias cosas: el descubrimiento de que,
aunque se de sobra que la vida puede ser un problema o incluso un
cúmulo de sufrimientos, puedo convertir el padecimiento en recurso,
cuando este está bien analizado y gestionado. Que no es necesario
huir, sino que como buen caminante tengo que disfrutar de los pasos
del camino y no solo ocuparme de hacer fotos para enseñárselos a
los demás. Que no puedo hacer lo que me de la gana, sino lo
que tengo que hacer, porque más allá de las pasiones que me puedan
bloquear, está el compromiso con una existencia auténtica.
Creo que este libro es como un retiro con uno mismo,
para conocerse y después de alguna forma servir a los demás. Ha
sido la guía de mi propio entrenamiento, por eso lo he subrayado y leído tantas veces y por eso lo volveré a leer. Ahora todo lo que he aprendido de sus páginas y
de su autor, lo estoy vertiendo sobre los que asisten a mis propios
talleres de filosofía. Por ello, no puedo estar más agradecida.