domingo, 15 de agosto de 2021

Mi amigo Agustín


Nos gusta conversar. El es un torbellino al que me gusta observar. Se comunica conmigo de manera entrecortada, salta de un tema a otro sin filtro, me habla de personas que desconozco y las transforma hábilmente en conocidas. Enumera incansable, nombres ante mi y enlaza caóticamente sus historias, en un intento de hacerme comprender cómo es su vida en este pequeño pueblo en el que habita y es feliz.

Yo intento seguirle a toda prisa. Su actitud encierra una inocencia que no alcanzo a medir, mezcla de adolescencia tardía y madurez retardada. De repente se levanta, canturrea o emite sonidos que distorsionan el espacio que ocupamos. Pero nadie nos mira.

Le gusta escuchar mis lecciones de la vida y me exprime cada vez que estamos juntos, insaciable. Yo le hablo de política, de lo importante que sería cambiar el pueblo, de cómo vivo mis tristezas. Le hablo de mi trabajo, de las vacaciones, de lo mal que duermo y de lo pronto que despierto y me pongo con mis cosas. Me burlo de lo mal que combina los colores y no hace un drama, porque es solo ropa. Saluda a todo el mundo y me contagia ese afán innato por descubrir cómo se encuentran los demás. Le cuento que es importante no esperar nada cuando uno da, pero no acaba de verlo claro y me sonríe mientras acongojado me cuenta la última vez que alguien no fue lo suficientemente agradecido con la vida.

Nos gusta estar juntos, pero creo que no nos parecemos en nada. Nos cruzamos a veces en tierra de nadie y es entonces cuando respeto sus oraciones, sus lecturas de la biblia, su cantos religiosos, su catequesis y su falta de respuesta cuando le pregunto por qué tiene fe y calla. No cuestiono su dios y su dios tampoco me cuestiona.

En pocas horas me voy, pero no hay problema, porque siempre se viene conmigo.


jueves, 12 de agosto de 2021

Mi pueblo me huele a amores de verano.

 

Huele a siestas en la laguna tallando corazones en los eucaliptos. Huele a cantos de chicharras que nos adormecen. Me huele a la familia que espera, a mis primos y a mis tíos. Corrillos en las puertas, tardes de ganchillo y críticas destructivas. Relojes de pared tras las ventanas, calles oscuras y viento fresco.

Mi pueblo huele a ruido, a viejas cotillas, a bisagras de puertas, también viejas, que tras un Ave María Purísima responden Sin pecado concebida. Huele a los que faltan, porque murieron, y se mezclan con los que vuelven y los que siempre están.

El pueblo al que siempre vuelvo, huele a calles de tierra que se regaban al atardecer y que de tanto regarlas se volvieron cemento. Huele a correr por las calles, a gatos, a romper bombillas y sudar. Huele a besos en algún soportal y a sexo escondido tras esas paredes que siempre escuchaban y veían.

Las casas de mi pueblo huelen a cal y bienvenidas. Huele a campanadas para misa de doce, a traje de domingo y monedas en el cesto de la iglesia. A verbena de las que hacen retumbar los cristales, en la plaza y a procesiones. Huele a noche de discoteca, paseo por la carretera bajo las estrellas y sexo en el silo del trigo. Huele a bailar muy pegados las canciones lentas, a promesas y a peticiones, a discos rayados que de tanto bailar dejaron de ser vinilos.

El pueblo en el que a veces habito, huele a mis amigos, a los de siempre y a los de ahora. Huele a momentos perdidos y a los olvidados, a rencores sin resolver, a suposiciones y malos entendidos. Huele a novena de madrugada camino de la ermita, a coros celestiales y a historias inconclusas. A bodas, bautizos, comuniones, sepelios y siempre a eternidad. Huele a cementerio al atardecer y a charlas silenciosas. 

Huele a mi primer amor y al segundo y a todos los que vinieron. Huele a puertas siempre abiertas para los que van de paso, a comercios eclécticos y a noches en vela y churros de madrugada.

Ahora además huele a la ausencia de mi madre y a todas las cosas pendientes que me encargó que hiciera y tendré que cumplir y seguir volviendo a mi pueblo.

Entra el calor, de esta terrible noche de verano, por la ventana. Y mientras mis manos escriben, huele a sudor y me atrapan todos los aromas, sin remedio.

martes, 10 de agosto de 2021

Ya van dos meses y un día lidiando con tu ausencia madre mía. 

En estos días recorro tu casa, utilizo todas las cosas que pasaron por tus manos. Me acerco casi de puntillas hasta tu armario y hundo mi nariz en tus vestidos, porque aún el olor a ti no se ha atrevido a abandonarlos. Abro las ventanas, ventilo la casa, doblo ropas y recojo utensilios a tu manera, para no cambiar nada de lugar ni de forma y no permitir que te alejes.

La gente va y viene y pregunta por nuestro dolor y nos acompaña en un sentimiento que es incapaz de sentirse acompañado, todavía. Ya ves, madre, como si el dolor fuera importante.

Estoy cuidando tu jardín y te he llevado flores al cementerio para no escuchar como me riñes si no lo hago. Misa cada mes, como manda la tradición y velas encendidas para que no sientas esa oscuridad que tanto te asustaba los últimos meses.

Me siento en tu sillón y coloco esos pañitos que tanto me molestan por ti. Te he traído un dedal de mis vacaciones para seguir aumentando tu colección. Y el baño huele a tus cremas, a tu laca insoportable. Me he bebido tu cerveza compartida y me he quedado con tus sueños que prometo que irán creciendo en mis palabras. He visitado a tu virgen para pedirla que te agarre de la mano, que te lo debe y no te suelte.

Y te quiero, porque solo se quererte, desde siempre.