jueves, 12 de agosto de 2021

Mi pueblo me huele a amores de verano.

 

Huele a siestas en la laguna tallando corazones en los eucaliptos. Huele a cantos de chicharras que nos adormecen. Me huele a la familia que espera, a mis primos y a mis tíos. Corrillos en las puertas, tardes de ganchillo y críticas destructivas. Relojes de pared tras las ventanas, calles oscuras y viento fresco.

Mi pueblo huele a ruido, a viejas cotillas, a bisagras de puertas, también viejas, que tras un Ave María Purísima responden Sin pecado concebida. Huele a los que faltan, porque murieron, y se mezclan con los que vuelven y los que siempre están.

El pueblo al que siempre vuelvo, huele a calles de tierra que se regaban al atardecer y que de tanto regarlas se volvieron cemento. Huele a correr por las calles, a gatos, a romper bombillas y sudar. Huele a besos en algún soportal y a sexo escondido tras esas paredes que siempre escuchaban y veían.

Las casas de mi pueblo huelen a cal y bienvenidas. Huele a campanadas para misa de doce, a traje de domingo y monedas en el cesto de la iglesia. A verbena de las que hacen retumbar los cristales, en la plaza y a procesiones. Huele a noche de discoteca, paseo por la carretera bajo las estrellas y sexo en el silo del trigo. Huele a bailar muy pegados las canciones lentas, a promesas y a peticiones, a discos rayados que de tanto bailar dejaron de ser vinilos.

El pueblo en el que a veces habito, huele a mis amigos, a los de siempre y a los de ahora. Huele a momentos perdidos y a los olvidados, a rencores sin resolver, a suposiciones y malos entendidos. Huele a novena de madrugada camino de la ermita, a coros celestiales y a historias inconclusas. A bodas, bautizos, comuniones, sepelios y siempre a eternidad. Huele a cementerio al atardecer y a charlas silenciosas. 

Huele a mi primer amor y al segundo y a todos los que vinieron. Huele a puertas siempre abiertas para los que van de paso, a comercios eclécticos y a noches en vela y churros de madrugada.

Ahora además huele a la ausencia de mi madre y a todas las cosas pendientes que me encargó que hiciera y tendré que cumplir y seguir volviendo a mi pueblo.

Entra el calor, de esta terrible noche de verano, por la ventana. Y mientras mis manos escriben, huele a sudor y me atrapan todos los aromas, sin remedio.

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