martes, 9 de enero de 2024

Muerte en la 226



Título susceptible de cualquier novela de género policial, a las que, aunque con respeto, no guardo afición.

Morir en un hospital, aunque quien muera sea desconocido, es morir igualmente. Morir en un hospital se mezcla, con una exquisita normalidad, con la vida.

Las camas en las que viajan los muertos, se mezclan con las charlas de lo vivos en habitaciones y pasillos. De fondo no hay violines, solo cisternas descargando agua, cambios de suero, oxígeno que asemeja -con esfuerzo de imaginación- cascadas, sillas, peticiones de información, exigencia de cuidados, timbres…

La muerta pasea cubierta con una sábana corriente y rueda sobre la cama corriente que la sintió morir. Algunos miran directamente, imagino que no es su primer muerto. Otros refugian sus miradas en las ventanas y huyen de ese instante tan dramático y real: el de lo inevitable, lo que vendrá, lo místico, trascendental, lo irracional y poético, lo que somos, siempre seres que morimos. 

Hay un séquito espontáneo tras la cama de la muerta, camino del cielo o del infierno, nunca lo sabré.



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