viernes, 25 de diciembre de 2020

Carmen

Cuando digo mi nombre, estoy diciendo nada. De hecho, si lo repito con insistencia, lo que yo soy en mi nombre, acaba desapareciendo y apenas queda una imagen distorsionada de lo que yo soy. Detrás de mi nombre hay nadie, en mi nombre, nada.

Pueden parecer extrañas mis palabras, acostumbrados como estamos a identificarnos con nuestro nombre. A la pregunta quién eres, siempre respondemos nuestro nombre. Pero mi nombre es solo la puerta de entrada a mi misma. Descubro además, que yo misma soy el huésped de mi nombre. Caminamos por el espacio sonoro que describe nuestro nombre, repitiendo nuestro nombre, resonando creemos que eso nos dota de una existencia más real . Si no suena un nombre en mi boca cuando me presento, si no sabes como me llamo, si no digo mi nombre cuando aparezco por primera vez y si lo olvidas por falta de atención, sencillamente no estoy (o no soy). Carmen, sólo es el primer acceso para entrar en el ser humano que se presenta ante ti cuando apareces. Si nadie llama a la puerta, Carmen no está.

Desapareceré y mi nombre morirá conmigo. Una lápida grabada solo será el empeño de los otros en hacerme irremplazable, cuando ya no soy.

No soy mi nombre. Y si suprimo mi nombre, quizá puedo llegar a saber quién soy. 

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