viernes, 17 de marzo de 2017

Las cinco de la mañana

Las noches en vela son extraordinarias. Cuando consigues abrir los ojos sin pereza, el espacio y el tiempo se transforman sin tener consciencia. Es diferente y perturbador. Sonidos que existen en el silencio. Silencios que se entrelazan en las paredes que están colgadas en mi cuarto. Vivo algo, más o menos eterno, distorsionado. Y apenas gozo de mi existencia en este letargo, en el que mi respiración hace eco en mi caja torácica y expulso el aliento acompasado con los pensamientos que busco transformar. Detrás de las ventanas siempre hay alguien despierto y mis oídos me trasladan a suposiciones inexactas, a murmullos imprecisos a sonidos que juego a descifrar. Esta noche tengo el superpoder de ver a través de los cristales, descubriendo diálogos dormidos; de captar con mi olfato lo que empieza a despertar; de ver lo que se oculta al día y tocar la noche acostada a mi lado. Solo las cinco de la mañana, ya he volado alrededor del mundo y no tengo intención de abandonar el traje de heroína nocturna que he fabricado.



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