jueves, 14 de julio de 2016

Churros con chocolate y tiempo

La vida en los pueblos tiene otro ritmo, se mueve por otros principios y permite desarrollar estrategias de felicidad más o menos permanentes. Soy de un pueblo de Extremadura, pequeño y con pequeñas costumbres que cada vez que voy me regala pequeños momentos extraordinarios. Estuve el martes y participé de un evento social que cuando lo cuento puede parecer chistoso e incluso como de otro tiempo, pero que para mi ha sido entrañable, diferente e intenso. En mi pueblo ya no hay churrería, entre otras cosas, y desde hace un tiempo hay un churrero ambulante que va todos los martes se instala en una plaza del pueblo y hace churros. Los martes todo el pueblo cena churros con chocolate o café repartiéndose por los bares del pueblo espontáneamente para que no falten parroquianos. El churrero se convierte así en el facilitador de un gran acontecimiento social. Gracias a ese martes se reúnen familias, se juntan amigos y amigas, los grupos de vecinos se organizan y comparten un objetivo común: el mismo espacio, la misma mesa, las mismas charlas. Se suceden saludos y preguntas entre churro y churro. Yo estuve este martes con mi hija en el pueblo y compramos churros y nos sentamos con la familia a cenar y saludé a mis amigas de siempre, las que no caducan aunque la vida te separe físicamente de ellas y siempre es como si no me fuese nunca de mi pueblo. Martes tras martes se repite esta pequeña fiesta en la que cabemos todos a medida que vamos llegando y donde no sobra nadie ni si quiera los que se han ido...

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